lunes, 20 de septiembre de 2010

Concha Velasco derrocha descaro, ternura y entereza en La vida por delante


En “La vida por delante”, Concha Velasco alcanza picos de verdadera maestría sobre el escenario. Lo hace en los primeros minutos de la función, cuando en silencio jadea y tose tras haber subido las escaleras de su humilde hogar en París. También cuando sentada en su sofá al lado de la radio de la que suenan canciones de antaño, se despatarra con su camisón mientras se cuida una herida y se quita y se pone las medias.

Con pelo canoso y rizado y con andares propios de los achaques de la edad, Velasco borda el papel tierno que encarna, prostituta durante 30 años y durante otros tantos segunda madre para hijos de otras putas. Momo es uno de ellos, el único que permanece a su lado y de quien no logra desprenderse. No porque quiera, sino porque no puede. Lo mismo le pasa a Momo, quien logra estrechar unos asombrosos lazos de unión con su madre de adopción, a la que cuida, miente y, en definitiva, protege.

Madame Rosa, interpretada por Velasco, llora, ríe y baila pero, sobre todo, rememora tiempos pasados, no siempre buenos y casi siempre malos. Judía de nacimiento y judía todavía a su edad, Madame Rosa es una superviviente de la persecución de los judíos durante la II Guerra Mundial. Eso no lo olvida. Y por si quedaba alguna duda, se encarga de recordárselo el tañido del timbre cada vez que llaman a su puerta. “¡Vienen los alemanes!¡Vienen los servicios sociales!”, dice una y otra vez.

Momo y Madame Rosa se complementan. Incluso sin compartir religión, una es judía y el otro es musulmán. La reflexión que se deduce es clara: la convivencia es posible y el entendimiento aún más. El mensaje llega al espectador aunque, en ocasiones, le gustaría que la trama se acelerara. El acento árabe de Momo, algo exagerado teniendo en cuenta que lleva diez años viviendo con Madame Rosa, resulta a veces estridente y a veces divertido. Las breves apariciones del doctor Kutz, quien no siempre trae noticias halagüeñas, y la del padre de Momo favorecen la entrada de giros necesarios para la historia. Los cambios de vestuario de Velasco son siempre una sorpresa, sobre todo porque nunca pierde la forzada postura que la mantiene agachada y porque se atreve con todo. Logra, así, transmitir mucha ternura. Tanto que, al término de la función, Velasco conmueve como en ningún momento que le precede sobre el escenario del Teatro La Latina.

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