martes, 25 de agosto de 2009

Siempre la vida por delante


Ella sigue encantada de la vida y muy bien sola, recalca. La pizpireta chica de la Cruz Roja es hoy matriarca impasible de clanes ganaderos o madame destrozada sobre las tablas de un escenario junto a Josep Maria Pou, triunfantes y de gira con «La vida por delante». Estupenda y vital a sus años, setenta en noviembre para ser exactos. «Yo me miro en el espejo y me digo: qué bien estás, hija mía». Palabra de Concha Velasco.
Toca hablar de vacaciones, aunque ella departe de todo un poco, y un mucho de su nieto de ocho meses, al que se refiere en todo momento. «Tengo que volver a aprender a cuidar a un niño, imagínate, yo, que he criado a dos», bromea. Le pedimos una foto de su álbum personal y nos sale con la melena al viento en la Acrópolis de Atenas. «Es del año pasado, cuando regresé con mis hijos. Estuve por primera vez en 1969, antes de que ellos nacieran y me impresionó». Y quiso volver con los suyos. Allí, la gran dama del teatro ante la tierra que pisaron Sófocles y Esquilo, la primera Medea, Antígona... Qué fácil imaginárselas con la voz dura y penetrante de la Velasco. «Tengo una espina clavada en el corazón y es que nunca he conseguido hacer teatro clásico. No sé, o no me lo han ofrecido, o no hemos llegado a un acuerdo». Desde luego, no será por ella, espectadora entregada en la piedra caliente de Mérida en tiempos de festival.
Trabajadora incansable, menuda ocurrencia la suya este verano. «Creo que voy a tener pocos días de descanso. Yo le dije a la empresa: «Con diez días me conformo»», ríe la actriz. Y claro, la empresa tomó nota.
¿Y la playa, para cuándo? «Pues lo tengo un poco aparcado. Había pensado irme a Mallorca, pero apunta que te voy a dar una exclusiva». El periodista respira aliviado. «Tengo un miedo horroroso a que me saquen en bañador». Pero si está usted estupenda, Concha. «Sí, y por eso quiero seguir estándolo». «Ahora cualquiera con el móvil puede sacar a la pobre Conchita con celulitis... He ganado mucho con esta profesión, pero he perdido una intimidad que sólo conservo en mi casa. Pues ahí me quedo», sentencia. ¿Compensa? «Por supuesto».
Si no fuera por esos objetivos indiscretos, le gustaría bajar con su nieto a la orillas del mar, «espatarrarse» y hacer muchos castillos de arena. Le pide a Dios salud y lucidez -«y por lo menos cinco añitos más»- para viajar con él a los lugares en los que fue feliz: Egipto, Turquía, Atenas... «Quiero que en poco tiempo mi nieto esté en esa foto».
Entonces, ¿qué hará estas vacaciones? «Nada, nada. Que manía con hacer cosas. Quiero descansar y aburrirme». Permanecerá este año en casa, moviendo muebles, una afición que reconoce extraña. «Cada uno es como es. Los muebles se quedarán como siempre, y yo a los dos días me aburriré y me llevaré a toda mi familia de viaje».
fuente

«La vida por delante» nació de una novela. Contaba las historias del vecindario de un edificio marginal de París. Se centraba en los habitantes del sexto piso: Madame Rosa y Momo. Vieja y joven. Judía y árabe. En 1977 la novela fue cine. Obtuvo un «Oscar», a la mejor película extranjera. Simone Signoret se llevó todos los aplausos. El año pasado Jaillard trasladó la novela a las tablas. Le quitó vecinos singulares y le dio la voz a Momo, que en ocasiones detiene la acción y relata los hechos que han sucedido fuera del escenario, pero que son fundamentales: teatro narrado, al uso de Bergman. Josep María Vidal la tradujo al castellano, con un «se me va la olla» de lo más castizo...

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